– Día de boda –

Saliste corriendo justo cuando iba a terminar de explicarme. No te hicieron falta mis argumentos para dejarme plantado en la calle Mayor. Fue tu grácil forma de correr la que me hizo descubrir en ti a otra persona. Fueron tus rodillas articuladas, fueron tus manos junto al pecho, fue tu pelo deambulando de un lado a otro, fue aquella chaqueta de cuadros envolviendo tu cuerpo.

Todo ello me ayudó a ver la sencillez perdida. Entre tanto desfile, te seguí como el espía a su espiado, con la distancia suficiente como para demostrarme en cada segundo la oportunidad desaprovechada. Cuando ya te tuve al alcance de un abrazo, previsor de la reconciliación deseada, aquella explosión nos devolvió a la desazón que siempre pareció acompañarnos: tú ahora entre cenizas que flotan en el viento, yo herido desde entonces aquejado de desamor imperecedero.

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